sábado, 18 de diciembre de 2010

Besos

Son las ocho de la mañana en Cáceres. Llego al centro de salud y me encuentro a mi enfermera saliendo. Sin pensarlo. Por costumbre. Me he abalanzado sobre ella para darle un beso. Solo uno. Y aunque ya la llevaba viendo varios dias desde que llegue....

Dos meses sí hacen costumbre. Quien diga lo contrario, miente. Y me ha salido natural, como al llegar al dispensario o al montar en el coche de Mónica y Hernán para irnos a algun sitio, darle un beso argentino a mi enfermera.

Evidentemente, se lo he tenido que explicar para que la mujer no pensara nada raro. Aqui la gente no se besa salvo que haga tiempo que no se ve. Y mucho menos se le da un solo beso.

                     ...costumbres argentinas,nostalgia argentina
                     ...con el "por las dudas" en la punta de la lengua
                     ...sorprendida de lo mucho que "cogemos" los españoles
                     ....con entradas pendientes de escribir y publicar
                     ...re-adaptándome

lunes, 29 de noviembre de 2010

Lunes

Los lunes no le gustan a nadie. A casi nadie. Cuesta arrancar la semana.

Desde que llegué, el hecho de pensar que los lunes les correspondía a las embarazadas y sus controles en el dispensario, pensé que endulzaría ese día poco apreciado por todos. Me equivoqué. Rotundamente.

Cada lunes, una media de doce embarazadas viene a controlar sus nueve meses al dispensario. Las edades y las caras, siempre demasiado precoces, son el inicio de los problemas. De los tantos problemas.

Solas. Siempre vienen solas. Y cargadas de niños. En general es raro ver hombres en el dispensario.


María viene porque le han hecho la segunda ecografía. Mónica me explica que en la anterior le habían visto algo raro que podía corresponder a un defecto en la formación de la pared abdominal pero, como siempre, hay pruebas complementarias y pruebas complementarias. Dentro de ser de pago las hay de primera (las caras) y  de segunda (las menos caras).
Ante la duda, María había juntado dinero para ir al Hospital Materno infantil y era ese el resultado que traía para que nosotros le explicáramos.

Sentada en la silla de la consulta, sus ojos eran demasiado niños. Su mirada y su sonrisa tenían un halo inocente que encajaba más con jugar a las muñecas que con la barriga que cubría su jersey.

La expectación era más nuestra que suya por lo que decía ese sobre. Se la notaba tranquila. Demasiado tranquila para algo tan serio. Al leer el resultado de la ecografía, la segunda opinión, en teoría la válida, confirmaba la sospecha. Veían imágenes de asas intestinales fuera de cavidad. Había un defecto de pared importante.

La miré y ella seguía sonriendo. Mónica se puso seria, las noticias eran malas.

- ¿A vos qué te han dicho los médicos del Materno infantil?-
- Que la niña viene con un problema, que le falta una parte de su pancita...- hablaba bajito, como con vergüenza, como si estuviera confesando una fechoría- pero que cuando nazca la operarán...- recuperó la sonrisa.

Mónica y yo nos miramos, la cosa pintaba mal.

- ¿Y tú cómo estás? ¿el papá te acompañó? ¿qué dice tu familia?
- Están todos muy contentos, ya le hemos comprado todas las cositas. Va a tener su cunita para ponerla al lado de nuestra cama y ya le tengo alguna ropita- La sonrisa se hizo más grande, completamente ajena al resultado de la ecografía.

No entendía. No podía. ¿No quería? A sus 16 años, María no había completado la secundaria y la primaria la había dejado a medias. Tampoco podía. Había algo en su actitud que la hacía más pequeña aún, de los 16 años y su embarazo. Y ese no saber parecía mantenerla al margen del sufrimiento. La mantenía al margen de que su hija fuera a nacer, si lo conseguía, con muchos problemas.

- ¿Y sabe, doctora? La vamos a llamar Lourdes, como la virgen- estaba orgullosa de esa decisión y me miró a mi también para hacerme partícipe de su alegría.
Aunque no entendía del todo el problema, en el fondo, esa decisión parecía poner de manifiesto que sabía que hacía falta un "milagro".

Y aquí nadie viene a investigar, a nadie le interesa, pero me angustia cuando Mónica me cuenta que la incidencia de malformaciones es alta. A nadie le importa que en Ciudad de los Niños aumente la incidencia de nada. Como en otros tantos sitios. Como otras tantas cosas.



Ilyenne fue la siguiente. Es peruana y es su quinto embarazo. El segundo problema después de la edad, el número de embarazos y de hijos por mujer.

Lleva pocos meses en Argentina y en el barrio, su marido es de aquí. Ella se vino por él y, entre su tonada distinta y la velocidad y cantidad de sus palabras, nos cuesta entenderla del todo. Está nerviosa, esa verborrea la delata. Se ríe y entrecorta las palabras.

Entresacando información, entiendo que hace referencia a un sentimiento que yo también he tenido. A lo difícil que es llegar a un país nuevo, a lo que decía en el post anterior de lo parecido pero distinto que puede ser un mismo idioma. De la adaptación. A ella le está costando pero está contenta. Está contenta porque su marido es "un buen hombre".

Mónica le deja caer en la entrevista si él le "levanta la mano", problema muy importante y frecuente en el barrio. Por el hecho de ser nueva en el dispensario, conviene dejar claras cosas como estas. Aunque a mí no se me deje de hacer raro.

 Ilyenne se pone seria y le dice: "Doctora, ya le he dicho que es un buen hombre, muy trabajador y que a él nunca se le ocurriría".

Saca los papeles del control y yo me pongo a rellenarle lo necesario para el "Plan Nacer". El Plan Nacer es un plan del gobierno que pretende "combatir" la desnutrición infantil aportando, de forma mensual, cajas de leche en polvo para niños de hasta 5 años y mujeres embarazadas. Menos es nada.

Entre todas las palabras, medio peruanas medio argentinas adoptadas, de pronto rechina "sífilis".

- Ilyenne, ¿qué ha dicho de sífilis?- le digo yo.

Ella se quedó embarazada cuando estaba en Perú pero no acaba de organizar los momentos de los eventos. En algún momento la habían diagnosticado sífilis.

Por más que insisto, por más que trato de preguntar y ordenar la información, no conseguimos entender  cuándo fue el diagnóstico de sífilis. Si en éste embarazo. Si en otro anterior. Si fue tratada o si no. La barrera del lenguaje. Aún hablando las tres castellano. No nos acabábamos de entender.

Mónica me miraba tratando de encontrar en mí una explicación organizada de lo que la mujer contaba pero me resultaba muy difícil. Paraba y le preguntaba de forma ordenada para tratar de obtener la información que quería. Imposible.


Efectivamente, es difícil llegar a un país nuevo, aún hablando el mismo idioma. Muy difícil.


Poco a poco, fue pasando la mañana y los latidos de los niños por venir, retumbaron en la consulta con el doppler y mi oído trato de acostumbrarse a usar el estetoscopio de Pinard.



Llegamos a la última embarazada, Dayanna. Dayanna no  venía sola, venía con su pareja, con el papá de su bebé.

Aquella situación era alegremente atípica y los dos pasaron a la consulta tímidamente.
- ¿Vos sos el papá?- Preguntó Mónica. Y él afirmó al mismo tiempo que se quitaba la gorra de la cabeza. Ella y su panza, aún discreta, se sentó en la silla del consultorio.

Rellenamos la hoja del control de embarazo. Era el primero y era deseado. Se notaba en sus miradas cómplices ante las preguntas que le hacíamos para rellenar la ficha.

- ¿Y tenés intención de participar del parto?- le preguntó Mónica al padre que, en todo momento, sostenía la mano de la chica.
- Sí...la verdad es que nos gustaría- y miró a Dayanna sonriendo.
- ¡Ah! ¡Qué bueno!- le dijo Mónica sonriendo- Entonces te tengo que informar, bueno, los tengo que informar, de que tenés que asistir a un curso de preparación en el hospital para que el día que llegue vuestro hijo, te dejen estar, sí?-

Para no tener problemas en el paritorio, forman a los futuros papás con un curso de unas horas para poder darles el visto bueno y permitirles estar en el momento del parto. La idea es buena, no deja de ser una situación, aunque bonita, demasiado agresiva para quien no está acostumbrado y conviene aclarar conceptos.

Estaba convencido, quería acompañarla, el hijo era de ambos y quería participar. ¡Bien! Aquella situación era excepcional. Y, si se piensa, es triste que sea excepcional.

La exploramos a ella, aún era pronto para escuchar los latidos con el doppler y rellenamos los papeles para la primera ecografía. Ese día, aprovecharían el viaje para que él asistiera el curso y, poco a poco, fueran dejando las cosas hechas para cuando se agotara el tiempo del embarazo.

Se sonreían, se miraban y se agarraban de la mano. El hijo era deseado. De los pocos en aquella mañana. Por no decir el único. Era un proyecto de dos.

Estaban felices y nos lo transmitieron, quitándonos así el mal sabor de boca del comienzo de aquella mañana. Del amargor extra de un lunes cualquiera.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Mimetizarse

Llegar a un sitio nuevo, no es fácil. Llegar a un país nuevo, tampoco. Aún hablando el mismo idioma, nadie asegura que uno se vaya a entender. Por eso hay que abrir el libro del vocabulario que ocupa un hueco en nuestra mente para ampliar el apartado de sinónimos. Y desde hace un mes y medio, una falda es una pollera y una camiseta una remera. Y porque ahora tomo el colectivo. No el autobús. Y por supuesto, ni se me ocurre cogerlo. Porque es necesario que así sea. Porque es más fácil hablar con la gente y entrar a las tiendas sin sentirte del todo fuera de sitio si sabes cómo se llaman las cosas que vas a pedir. Y ahora pido una Quilmes chiquita, cargo crédito al celular y me llevo la campera por si hace frío. Porque así nos entendemos.  Porque así nos parecemos. Y le hacemos más hueco a la empatía.

Mimetizarse es un factor importante para la supervivencia dentro de muchas especies animales. Que se lo digan sino al mero. O al lenguado. O al camaleón. Cuando uno hace lo que viere donde fuere (como el refrán), se abre camino.

Y mimetizarse enriquece. No solo en vocabulario. Se abren ventanas y balcones. Se mira hacia el mismo lado cuando alguien señala con las palabras. Uno entiende las bromas y se comparten risas y sonrisas. De esas que acercan y aproximan. De las que unen.

Me he involucrado en la vida Argentina según llegué. Era lo que quería. Era a lo que venía. Nada forzado, simplemente me he ido dejando llevar y he tratado de ser una más siendo "Yo" en un escenario distinto. Pasar desapercibida en la calle. No parecer, aunque me sintiera, turista.

Mimetizarme. Y sentir las cosas desde dentro. Observación e interacción. Sin interferencias.
Aunque no me gustan las infusiones, acepté el primer mate que me ofrecieron y me gustó. Su contexto. El compartir la bombilla supone compartir instantes. De ocio. De escucha y aprendizaje.

Desde el punto de vista gastronómico aún no le he dicho un no rotundo a ningún sabor ni a ningún aspecto. Todo rico. Demasiado. También he aprendido a recuperar el momento de las meriendas "de tomar la leche". Con pan casero, medias lunas y el omnipresente dulce de leche.


Y así, poco a poco, con ese dejarme llevar, he ido disfrutando de esta Argentina grande pero que, como todos los sitios, la hace la gente. Con esa gente ha sido con quien he tenido posibilidad de compartir momentos que no aparecen en las guías y que no todo el mundo que viaja tiene la suerte de disfrutar. El saborear un buen asado en familia. Llegar a lugares bonitos en coche, ahí donde no llegan los turistas (los otros turistas). Celebrar un cumpleaños. E ir a una boda. Celebraciones que enriquecen al paladar y al resto de los sentidos. Momentos compartidos que se consiguen de forma bilateral. Abriendo la mente. Queriendo probar. Queriendo entenderse y dejarse empapar. Mimetizándose, que no camuflándose.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Desconexión

Del medio. Del medio habitual. Del escenario. De los personajes.  Del ritmo y la cadencia de las cosas. De  los días a días. De las guardias. De cierta perspectiva de la medicina. De la parte objetiva. Veo el facebook, esa herramienta maldita, y me recuerda que, aún teniendo la sensación de estar sobrevolando mi propia existencia en estos meses, hay una cuerda que me mantiene con los pies fijos en el suelo. Muy a pesar de mis pesares.

Y tengo la sensación de un abismo. La sensación de la distancia real que hay en kilómetros de aquí a Cáceres. Lo que me va a costar volver, no se puede medir. Adaptada al ritmo, a las nuevas rutinas. Al sol y al calor. A los árboles llenos de jacarandas tiñendo de lila el paisaje. Y al mate. Me queda lejos cuando alguien menciona estar de guardia. Cuando veo en las fotos que la gente ya va con abrigo. Del cambio de hora.

Aquí los días cada vez son más largos, caminando pasito a paso hacia el verano. Y pensar en las noches de las cinco de la tarde en España me hace sentir un vacío en el estómago. La lluvia y el frio. Se acabó llevar los pies al aire.

Este año me salto el otoño y llegaré de cabeza al invierno. Al diciembre de finales y principios.

Las diferencias, inevitables, de este nuevo escenario y personajes de estos meses me han hecho rebuscar en mi esencia, repararle las heridas y reencontrarme en cierta forma.

"Lo esencial es invisible a los ojos", dice El Principito y aquí estoy teniendo tiempo de precisamente eso, de buscar lo esencial a través de los ojos y las vidas de otros.  Mezclarlo con lo mio y agitar fuerte. A pesar de su invisibilidad, el tiempo lento del que hablaba en el otro post, deja el hueco para justo alcanzar a verlo. Mirando y saboreando. Compartiendo y formando parte.

De los viajes en colectivo. De las mañanas en Ciudad de los Niños. De las mujeres y niños. De que sus caras ya me son familiares. Y sus nombres también. De que los saludos son con algo menos de desconfianza. De las chicas del dispensario. De cada una de ellas y sus formas de ser y sus vidas. De los criollos.  De los talleres y los afiches para los talleres. De Dani, estudiante de nutrición (y artista), y de los ratos que compartimos en el dispensario y fuera de él. De los momentos de ocio. De los lugares lindos a los que me llevan Mauri, Hernán y Mónica. De las meriendas que nos pegamos. De los buenos momentos. De los paisajes insólitos y que te dejan sin habla. De sentirme pequeña en la inmensidad.

Todo eso me mantiene lejos de donde venía. Mentalmente desconectada. Y me permite recuperar las ganas. Hiperestimulada e hiperactiva. Percepción al cien por cien. Me permite interesarme por cosas que, en el día a día normal, no tengo tiempo ni de saber que existen.

Y estoy dejando mi vena artística fluir. No solo escribiendo. Planificando manualidades. En los talleres organizados por nosotros para la creación de juguetes por parte de las madres que favorezcan el desarrollo de los niños. Aprendiendo a usar la gomaespuma y la goma-eva tan bien como sabe la Fer, otra artista a parte de ser la odontóloga del equipo. A mí eso también me enriquece. Aunque a alguien no le pueda parecer.

Este tiempo aquí no es solo medicina. Es mucho más. Y no reniego de mi rutina previa y la que seguirá siendo a mi vuelta. En absoluto. Amplio horizontes. Aumenta el peso de mi mochila de la experiencia. Y me abre los ojos un poquito más.  Y me cambia la perspectiva. Consiguiendo una panorámica de 360º.

Desconexión que me hincha los pulmones y me los oxigena para poder bucear. Durante un tiempo largo y sin miedo al oscuro de la profundidad.

viernes, 29 de octubre de 2010

Historia

Ayer Argentina hacía historia. Se celebraba el censo después de 10 años. Un censo especial porque se incluía dentro de los actos del Bicentenario. Sin embargo, se convirtió en un día bizarro. Calles vacías con la gente en las casas encerrada y a la espera. Con los timbres resonando durante doce horas hasta completar cada piso de cada manzana del último rincón de todo el país. Si uno miraba por la ventana, como mucho, veía colas de gente frente a establecimientos "cerrados" pero que a través de las rejas sacaban provecho de las olvidos de última hora de la población pendiente de dar fe de sus datos. De si eran hombres o mujeres. De si estudiaban o trabajaban. De si el piso (el suelo) de sus hogares era de loza o no. De si el tejado del apartamento era de chapa. De si disponían de váter.

Un país en toque de queda. Y el toque de queda pareció más real al conocerse la noticia. La mano derecha de la presidenta, su compañero sentimental y político, el ex-presidente que supuso cambios (buenos y malos según a quién se pregunte), la mitad de "La Pareja Presidencial" según los argentinos, esa pareja que es dueña del sur (de todo el sur) de Argentina, había fallecido de forma inesperada.

El país parado se quedó aún más detenido. Argentina se quedaba coja aparentemente. Y la población, sobrecogida. En la calle la sensación de una calma tensa. Aún habiendo pasado el tiempo del censo, aún siendo las 20h, momento en el que muchos comercios anunciaban en sus escaparates que abrirían a partir de esa hora, todo siguió cerrado y las calles se mantuvieron vacías.

Dimos un paseo. La gente hablaba bajo. Había menos movimiento y las calles estaban, muchas, sin luz. Los comercios apagados y los coches eran menos. Y los que había, a penas se sentían. Uno de los grandes centros comerciales del centro de Córdoba, estaba cerrado a cal y canto. Y era una situación más que excepcional. Aquí no cierran ni los domingos. En una plaza, un centenar de personas agrupadas con pancartas y banderas permanecían calladas. El albiceleste ondeaba a media asta. Y así lo haría al menos durante los próximos tres días.

Llamé a Mónica. "Ché, es un momento histórico..." Aunque nadie preveía que el momento histórico fuera a ser así al amanecer el día de ayer. Con el censo hubiera sido suficiente. Sin embargo ayer empezó un nuevo capítulo para los libros de la historia de aquí. La bolsa se ha visto afectada. Y se respira inestabilidad. No inmediata pero sí próxima. Da la impresión de que ella sin él no es suficiente. O que al menos, tendrá que esforzarse por demostrar que eso no es así.

Esta mañana, al volver del dispensario y siendo consciente de lo que se sentía ayer y de lo que se hablaba hoy, compré el periódico. Son 79 páginas en las que, salvo el horóscopo y el pronóstico del tiempo, sólo se habla de la muerte de Kirchner.

Una de las primeras, un dibujo de un atlas de anatomía describiendo no solo el motivo de la muerte sino una por una todas las dolencias recientes del fallecido.
Una de las últimas, en el apartado de "Fúnebres", una hoja completa de esquelas con el nombre de KIRCHNER, NESTOR CARLOS. Nadie más que él murió ayer en el país por lo visto. Quizá nadie más que sus amigos y simpatizantes tuvieron plata para pagar lo que costaba publicarlo.

Se pronostican cambios. Cambios históricos. Para bien o para mal. Pero las cosas van a cambiar en Argentina.

A pie de calle, los que tienen problemas no resueltos lo ven con distancia. Problemas no resueltos de carácter multifactorial (no pueden/no quieren hacer por cambiar). Les pilla de muy lejos los problemas de Estado. "Y porque este señor se murió encima vamos a tener que estar sin comer carne. Y que lo entierren como al resto y punto." decía una paciente hoy en el dispensario.

Me hacía ilusión formar parte, aunque sólo fuera por el hecho de estar aquí, de un momento histórico de Argentina. De la situación extraña de parar  de golpe un país entero. Y un país tan extenso como éste.

 Y tan impensablemente como para el resto del mundo que desde ayer enfoca a este rincón del hemisferio sur, he vivido de cerca algo mucho más trascendente que la parada de un país. Esto ha sido una parada en seco. Un frenazo.

Aunque, en el fondo, los cambios no irán más allá de la parafernalia y las celebraciones. Unos con champán. Otros con coronas de flores y banderas con soles. Pero como piensan en Ciudad de los Niños, todo seguirá igual.

jueves, 21 de octubre de 2010

Catorce

Pared. Espejo. Pared. Puerta. Que no se abre. Donde debería poner el piso en el que estamos, hay dos rayas. "¡¿Dos rayas?! ¡¿Cómo que dos rayas?!" grita una de nosotras entre la risa nerviosa y la desesperación inminente. Golpes en la puerta. Fuertes. Y una campana amarilla que se pierde en la lejanía por más que apretamos el botón. En la altura se debe perder. ¡¡Ayuda!!

Hace calor. Como en las películas. Y nos empezamos a quitar cosas. A penas queda un hueco entre las tres. El hueco de la de la cuarta persona máxima que puede subir en ese ascensor. Menos mal que no había cuarta.

Se me vienenen a la cabeza ideas que, como si fueran una mosca, espanto con la mano. No quiero pensar. No quiero ser demasiado consciente de que estamos en menos de un metro cuadrado colgando del vacío en una altura de 14 pisos. Mejor no pensar ¿Y si de pronto se suelta la cuerda que nos sotiene en el vacío....? ¡Fuera mosca!

Damos golpes en la puerta. Muchos. Minutos antes, el ascensor bajó desde el catorce al cero pero, al llegar al cero aparecieron las rayas y volvió a empezar a subir. Subió un rato, el rato que se tarda en subir 14 pisos. Demasiado altas para no perder la calma. 

Y me acuerdo del parapente. Y de lo bien que tengo escondidas mis cosas de valor en el apartamento. Y lo bien que llevo la mochila para delante cuando hay mucha gente. Y lo poco que saco la cámara grande en sitios sospechosos. Y lo mucho que sabía yo que había incertidumbres por llegar. Otra primera vez. Otra escena de película.

Con esto no contaba yo. Con quedarnos encerradas en un ascensor en mitad de la noche. Consumiendo oxígeno con nuestra taquipnea inevitable. Y cada una en su interior, tratando de no soltar un grito histérico.

 Y miro el reloj, 23:49. Hay que tener una hora de referencia, el tiempo aquí se va a hacer más largo de la cuenta. Porque tiene pinta de eso, de ir para largo.

"¿Tienes cobertura?" Movistar no tenía cobertura. Miré mi móvil prestado, el que  me olvidé de cambiar de compañía justo esa tarde porque consumía demasiado saldo. Tenía cobertura. Había que llamar a los bomberos.

Seguíamos haciendo sonar la campana. Seguíamos dando golpes. Y nadie aparecía. Justo cuando decidimos llamar a los bomberos escuchamos una voz. Golpeamos más fuerte y gritamos un clásico "¡¡Estamos aquí!!" 

Con un acento argentino más cerrado (no más que la puerta) de lo que estabamos acostumbradas a escuchar, el conserje nos dice que estemos tranquilas, que ya nos ha oido.

Se escucha ruido en la parte alta del ascensor. Ruido metálico, estaba girando algo para desbloquear la puerta. "Voy a ver si desde el piso de abajo..." y la voz del hombre se pierde fuera. Estamos entre dos pisos. Otra imagen desagradable en mi cabeza. La de trepar por el hueco que quede para salir con la angustia de que sea entonces cuando se descuelgue...¡mosca fuera!

El ruido ahora se escucha por la parte baja y el hombre farfulla algo de que no puede abrir, que va a llamar a la empresa. "Dígale que se den prisa, ¡por favor!" dice que les dirá que es una urgencia porque hay gente dentro. Hay que llamar a los bomberos. No confiamos demasiado en nuestro rescatador inicial. El aire cada vez es más caliente y la tranquilidad con la que se hacen aquí las cosas y el tiempo lento de los trámites no nos vale en este momento.

Marco el 101 y espero:
- Policía de Córdoba, digame?-
- Mire, estamos encerradas en un ascensor en la Avenida Poeta Lugones, en el 230.-
- Entiendo, ¿cuántas personas son?-
- Tres-
- ¿Y cuánto tiempo llevan allá?-
- Algo más de 10 minutos, hemos llamado al portero pero no nos puede sacar porque estamos entre dos plantas....estamos en la planta 14...- demostrándole mi miedo, ese que se repetía una y otra vez en mi cabeza de que el ascensor se fuera a desplomar. Las chicas asentían rápido. Teníamos tantas ganas de salir de allí.
- ¿Cuál es su nombre?-
- Sara Trabajos-
- Mire, estense tranquilas, ya vamos a mandar una cuadrilla para allá para que intenten sacarlas-
- Muchas gracias-

Volví a fijame en el reloj, para tener una nueva hora de referencia por si se nos hacía muy larga la espera o si objetivamente era larga la espera y teníamos que volver a llamar. Quizá debía haberle dicho que llevábamos más tiempo para que se dieran más prisa.

De nuevo como en las películas, se empezó a oír una música. Era un silbido. Un silbido tranquilo que se intercalaba entre unos golpes metálicos. ¡¡¡Oigaaaaa!!! Un nuevo ¡¡Estamos aquííí!! El hombre seguía silbando sin ponerse nervioso. Y de pronto, un sonido más fuerte en la puerta. Y de pronto, la puerta estaba abierta. Y fuera un hombre regordito, con las manos negras, tatuadas de trabajar, nos esperaba silbando con una sonrisa.

¡¡¡Gracias!!! Había un desnivel importante entre el suelo del piso y el suelo del ascensor. Había que trepar un poco. Pasaron las dos chicas y yo me quedé la tercera. Tenía tantas ganas de pasar el trámite de subir el escalón. Quería hacerlo tan rápido que en el camino, se me cayó la chaqueta. "Sara, ahora no". Me fui a agachar para cogerla pero el hombre no me dejó. Se metió él dentro y me la dio. Desde dentro, el hombre nos preguntaba qué era lo que había pasado exactamente. 

Agradecidas, llamamos al ascensor de al lado para superar nuestro miedo pero con la tranquilidad de que nuestro  verdadero rescatador estaba allí por si nos ocurría de nuevo.

Hacía frio ayer por la noche en Córdoba y al salir del portal resoplamos el vaho, quitándonos la angustia y liberando la adrenalina que también se había quedado contenida en aquel espacio tan pequeño. Para no perder la calma. Para no sentir la claustrofobia.

lunes, 18 de octubre de 2010

Tiempo


Ha sido una semana apática. Apática por lo mucho que hay que hacer pero la falta de arranque que a veces se respira en el ambiente. El tiempo pasa lento aquí. Para bien y para mal. Para bien porque hay tiempo para pensar en las cosas. Para filosofar y escribir. Para dejar fluir mi vena artística y buscar materiales para hacer carteras y juguetes. Para crear. Para dejar en el paladar que el dulce de leche se deshaga una por una en cada papila gustativa y que la brisa se pose en la cara durante más tiempo que lo que dura un soplo.

Pero a veces tengo la impresión de que el tiempo vuelve y se revuelve, no dejando avanzar las cosas. No queriendo dejarlas avanzar. Es decir, para mal. No hay drama...quizá sí debería haberlo.

Hay muchas tareas pendientes. Pero han pasado los días y se han quedado estancadas en la intención. Esperemos que alguna empiece a ver la luz ésta semana. Me he acostumbrado a no perder la calma con esta bradicardia cultural pero hay días que mi ansia por aprovechar el tiempo se desboca y me dan ganas de gritar.

Y el tiempo es otro en éste lado del mundo. En el escenario y en sus personajes. 

En los coches, en las calles. Las cosas duran más que lo que duran en España. Modelos anclados en el pasado, deseo de coleccionista. Arrancan y circulan por el colapso de calles con aspecto atemporal. Los coches duran. Duran mucho. Con los parachoques colgando y las matrículas desgastadas. Seiscientos pintados de colores chillones cargados de gente. Como en "Cuéntame". No hay cinturones de seguridad para todos. Los tubos de escape con el nafta (así llaman aquí al combustible) consumido tiñen de negro su trayectoria. Los autos también son la manifestación de los contrastes y los nuevos y caros (que haberlos haylos) destacan más que en cualquier sitio. Como si vinieran del futuro.

En la gente, las cosas también duran más. Con los precios que tiene la ropa, no queda otra que hacer porque duren. Y poner parches. Aquí no se entiende de modas. Los adolescentes y quien tiene dinero sí. Una vez más, no son la mayoría.


Estábamos en una parada, con frío y con lluvia, pendientes de subir al autobús de vuelta de nuestra excursión a Jesús María hasta donde habíamos llegado en busca de las Estancias Jesuíticas renombradas en nuestras guías pero poco conocidas por los de aquí. Éramos muchos esperando. Había militares que volvían a casa por el fin de semana. Estudiantes de regreso a Córdoba. Y madres con niños. 

Desde que llegué, he intensificado mi capacidad para sentir y captar lo que me rodea a través de cada uno de mis sentidos. Ellas cinco me hicieron detenerme a mirar. A remover el dulce de leche en la boca y a desgranar lo que tenían de diferente. Eran cinco, cinco mujeres. La madre llevaba una niña en brazos de unos dos añitos y otras tres niñas, la rodeaban.

Siempre me han llamado la atención los zapatos. Suele ser el lugar por el que empiezo a buscar la esencia de conocidos y desconocidos.

Las tres niñas llevaban los mismos zapatos. De distintos números por su diferencia de edad pero el mismo modelo. La más mayor tendría unos siete años. Su madre necesitó ir a preguntar algo y le pasó a la niña pequeña a sus brazos para que se hiciera cargo. En ese momento, la niña creció de golpe y aparentó ser adulta. Aunque los pies de la pequeña casi rozaban el suelo. Con la chiquitina en brazos parecía una mujercita. Entendía su responsabilidad. Era la mayor y estaba al cargo de sus otras tres hermanas. 

Mi mirada se centró en ella. Por encima de sus zapatos, llevaba los calcetines estirados en toda su largura hasta agarrar el puño del pantalón. Un pantalón más corto de lo que le correspondería. De lo que correspondería para su edad y talla actual. Esos pantalones eran de los que "tienen que durar". De los atemporales irremediablemente. Eran de color rosa y se veían desgastados. Los de las otras niñas también eran rosas. Algo más claritos y menos sobados. Y tampoco correspondían ni a su talla ni a su edad. En el caso de las niñas pequeñas la tela se amontonaba encima de las zapatillas y amenazaba con arrastrar por el suelo. También tenían que durar. Estaban abrigadas, iban bien vestidas. Pero con lo mismo por un tiempo. Sin necesidades creadas. 

Llegó su autobús y al mismo tiempo su madre, les traía un alfajor a cada una y las tres con la cuarta en brazos de la mayor, la abrazaron en bloque. Ordenaditas, cogieron cada una el suyo y fueron subiendo al autobús.

Me vuelvo y me revuelvo, como el tiempo. Como la primavera que florece poco a poco en Córdoba. Con fríos y calores de un día para otro. Ojalá esta semana haga sol y un poquito de calor. Y arranquemos de verdad, como las flores y contra el tiempo.