lunes, 29 de noviembre de 2010

Lunes

Los lunes no le gustan a nadie. A casi nadie. Cuesta arrancar la semana.

Desde que llegué, el hecho de pensar que los lunes les correspondía a las embarazadas y sus controles en el dispensario, pensé que endulzaría ese día poco apreciado por todos. Me equivoqué. Rotundamente.

Cada lunes, una media de doce embarazadas viene a controlar sus nueve meses al dispensario. Las edades y las caras, siempre demasiado precoces, son el inicio de los problemas. De los tantos problemas.

Solas. Siempre vienen solas. Y cargadas de niños. En general es raro ver hombres en el dispensario.


María viene porque le han hecho la segunda ecografía. Mónica me explica que en la anterior le habían visto algo raro que podía corresponder a un defecto en la formación de la pared abdominal pero, como siempre, hay pruebas complementarias y pruebas complementarias. Dentro de ser de pago las hay de primera (las caras) y  de segunda (las menos caras).
Ante la duda, María había juntado dinero para ir al Hospital Materno infantil y era ese el resultado que traía para que nosotros le explicáramos.

Sentada en la silla de la consulta, sus ojos eran demasiado niños. Su mirada y su sonrisa tenían un halo inocente que encajaba más con jugar a las muñecas que con la barriga que cubría su jersey.

La expectación era más nuestra que suya por lo que decía ese sobre. Se la notaba tranquila. Demasiado tranquila para algo tan serio. Al leer el resultado de la ecografía, la segunda opinión, en teoría la válida, confirmaba la sospecha. Veían imágenes de asas intestinales fuera de cavidad. Había un defecto de pared importante.

La miré y ella seguía sonriendo. Mónica se puso seria, las noticias eran malas.

- ¿A vos qué te han dicho los médicos del Materno infantil?-
- Que la niña viene con un problema, que le falta una parte de su pancita...- hablaba bajito, como con vergüenza, como si estuviera confesando una fechoría- pero que cuando nazca la operarán...- recuperó la sonrisa.

Mónica y yo nos miramos, la cosa pintaba mal.

- ¿Y tú cómo estás? ¿el papá te acompañó? ¿qué dice tu familia?
- Están todos muy contentos, ya le hemos comprado todas las cositas. Va a tener su cunita para ponerla al lado de nuestra cama y ya le tengo alguna ropita- La sonrisa se hizo más grande, completamente ajena al resultado de la ecografía.

No entendía. No podía. ¿No quería? A sus 16 años, María no había completado la secundaria y la primaria la había dejado a medias. Tampoco podía. Había algo en su actitud que la hacía más pequeña aún, de los 16 años y su embarazo. Y ese no saber parecía mantenerla al margen del sufrimiento. La mantenía al margen de que su hija fuera a nacer, si lo conseguía, con muchos problemas.

- ¿Y sabe, doctora? La vamos a llamar Lourdes, como la virgen- estaba orgullosa de esa decisión y me miró a mi también para hacerme partícipe de su alegría.
Aunque no entendía del todo el problema, en el fondo, esa decisión parecía poner de manifiesto que sabía que hacía falta un "milagro".

Y aquí nadie viene a investigar, a nadie le interesa, pero me angustia cuando Mónica me cuenta que la incidencia de malformaciones es alta. A nadie le importa que en Ciudad de los Niños aumente la incidencia de nada. Como en otros tantos sitios. Como otras tantas cosas.



Ilyenne fue la siguiente. Es peruana y es su quinto embarazo. El segundo problema después de la edad, el número de embarazos y de hijos por mujer.

Lleva pocos meses en Argentina y en el barrio, su marido es de aquí. Ella se vino por él y, entre su tonada distinta y la velocidad y cantidad de sus palabras, nos cuesta entenderla del todo. Está nerviosa, esa verborrea la delata. Se ríe y entrecorta las palabras.

Entresacando información, entiendo que hace referencia a un sentimiento que yo también he tenido. A lo difícil que es llegar a un país nuevo, a lo que decía en el post anterior de lo parecido pero distinto que puede ser un mismo idioma. De la adaptación. A ella le está costando pero está contenta. Está contenta porque su marido es "un buen hombre".

Mónica le deja caer en la entrevista si él le "levanta la mano", problema muy importante y frecuente en el barrio. Por el hecho de ser nueva en el dispensario, conviene dejar claras cosas como estas. Aunque a mí no se me deje de hacer raro.

 Ilyenne se pone seria y le dice: "Doctora, ya le he dicho que es un buen hombre, muy trabajador y que a él nunca se le ocurriría".

Saca los papeles del control y yo me pongo a rellenarle lo necesario para el "Plan Nacer". El Plan Nacer es un plan del gobierno que pretende "combatir" la desnutrición infantil aportando, de forma mensual, cajas de leche en polvo para niños de hasta 5 años y mujeres embarazadas. Menos es nada.

Entre todas las palabras, medio peruanas medio argentinas adoptadas, de pronto rechina "sífilis".

- Ilyenne, ¿qué ha dicho de sífilis?- le digo yo.

Ella se quedó embarazada cuando estaba en Perú pero no acaba de organizar los momentos de los eventos. En algún momento la habían diagnosticado sífilis.

Por más que insisto, por más que trato de preguntar y ordenar la información, no conseguimos entender  cuándo fue el diagnóstico de sífilis. Si en éste embarazo. Si en otro anterior. Si fue tratada o si no. La barrera del lenguaje. Aún hablando las tres castellano. No nos acabábamos de entender.

Mónica me miraba tratando de encontrar en mí una explicación organizada de lo que la mujer contaba pero me resultaba muy difícil. Paraba y le preguntaba de forma ordenada para tratar de obtener la información que quería. Imposible.


Efectivamente, es difícil llegar a un país nuevo, aún hablando el mismo idioma. Muy difícil.


Poco a poco, fue pasando la mañana y los latidos de los niños por venir, retumbaron en la consulta con el doppler y mi oído trato de acostumbrarse a usar el estetoscopio de Pinard.



Llegamos a la última embarazada, Dayanna. Dayanna no  venía sola, venía con su pareja, con el papá de su bebé.

Aquella situación era alegremente atípica y los dos pasaron a la consulta tímidamente.
- ¿Vos sos el papá?- Preguntó Mónica. Y él afirmó al mismo tiempo que se quitaba la gorra de la cabeza. Ella y su panza, aún discreta, se sentó en la silla del consultorio.

Rellenamos la hoja del control de embarazo. Era el primero y era deseado. Se notaba en sus miradas cómplices ante las preguntas que le hacíamos para rellenar la ficha.

- ¿Y tenés intención de participar del parto?- le preguntó Mónica al padre que, en todo momento, sostenía la mano de la chica.
- Sí...la verdad es que nos gustaría- y miró a Dayanna sonriendo.
- ¡Ah! ¡Qué bueno!- le dijo Mónica sonriendo- Entonces te tengo que informar, bueno, los tengo que informar, de que tenés que asistir a un curso de preparación en el hospital para que el día que llegue vuestro hijo, te dejen estar, sí?-

Para no tener problemas en el paritorio, forman a los futuros papás con un curso de unas horas para poder darles el visto bueno y permitirles estar en el momento del parto. La idea es buena, no deja de ser una situación, aunque bonita, demasiado agresiva para quien no está acostumbrado y conviene aclarar conceptos.

Estaba convencido, quería acompañarla, el hijo era de ambos y quería participar. ¡Bien! Aquella situación era excepcional. Y, si se piensa, es triste que sea excepcional.

La exploramos a ella, aún era pronto para escuchar los latidos con el doppler y rellenamos los papeles para la primera ecografía. Ese día, aprovecharían el viaje para que él asistiera el curso y, poco a poco, fueran dejando las cosas hechas para cuando se agotara el tiempo del embarazo.

Se sonreían, se miraban y se agarraban de la mano. El hijo era deseado. De los pocos en aquella mañana. Por no decir el único. Era un proyecto de dos.

Estaban felices y nos lo transmitieron, quitándonos así el mal sabor de boca del comienzo de aquella mañana. Del amargor extra de un lunes cualquiera.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Mimetizarse

Llegar a un sitio nuevo, no es fácil. Llegar a un país nuevo, tampoco. Aún hablando el mismo idioma, nadie asegura que uno se vaya a entender. Por eso hay que abrir el libro del vocabulario que ocupa un hueco en nuestra mente para ampliar el apartado de sinónimos. Y desde hace un mes y medio, una falda es una pollera y una camiseta una remera. Y porque ahora tomo el colectivo. No el autobús. Y por supuesto, ni se me ocurre cogerlo. Porque es necesario que así sea. Porque es más fácil hablar con la gente y entrar a las tiendas sin sentirte del todo fuera de sitio si sabes cómo se llaman las cosas que vas a pedir. Y ahora pido una Quilmes chiquita, cargo crédito al celular y me llevo la campera por si hace frío. Porque así nos entendemos.  Porque así nos parecemos. Y le hacemos más hueco a la empatía.

Mimetizarse es un factor importante para la supervivencia dentro de muchas especies animales. Que se lo digan sino al mero. O al lenguado. O al camaleón. Cuando uno hace lo que viere donde fuere (como el refrán), se abre camino.

Y mimetizarse enriquece. No solo en vocabulario. Se abren ventanas y balcones. Se mira hacia el mismo lado cuando alguien señala con las palabras. Uno entiende las bromas y se comparten risas y sonrisas. De esas que acercan y aproximan. De las que unen.

Me he involucrado en la vida Argentina según llegué. Era lo que quería. Era a lo que venía. Nada forzado, simplemente me he ido dejando llevar y he tratado de ser una más siendo "Yo" en un escenario distinto. Pasar desapercibida en la calle. No parecer, aunque me sintiera, turista.

Mimetizarme. Y sentir las cosas desde dentro. Observación e interacción. Sin interferencias.
Aunque no me gustan las infusiones, acepté el primer mate que me ofrecieron y me gustó. Su contexto. El compartir la bombilla supone compartir instantes. De ocio. De escucha y aprendizaje.

Desde el punto de vista gastronómico aún no le he dicho un no rotundo a ningún sabor ni a ningún aspecto. Todo rico. Demasiado. También he aprendido a recuperar el momento de las meriendas "de tomar la leche". Con pan casero, medias lunas y el omnipresente dulce de leche.


Y así, poco a poco, con ese dejarme llevar, he ido disfrutando de esta Argentina grande pero que, como todos los sitios, la hace la gente. Con esa gente ha sido con quien he tenido posibilidad de compartir momentos que no aparecen en las guías y que no todo el mundo que viaja tiene la suerte de disfrutar. El saborear un buen asado en familia. Llegar a lugares bonitos en coche, ahí donde no llegan los turistas (los otros turistas). Celebrar un cumpleaños. E ir a una boda. Celebraciones que enriquecen al paladar y al resto de los sentidos. Momentos compartidos que se consiguen de forma bilateral. Abriendo la mente. Queriendo probar. Queriendo entenderse y dejarse empapar. Mimetizándose, que no camuflándose.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Desconexión

Del medio. Del medio habitual. Del escenario. De los personajes.  Del ritmo y la cadencia de las cosas. De  los días a días. De las guardias. De cierta perspectiva de la medicina. De la parte objetiva. Veo el facebook, esa herramienta maldita, y me recuerda que, aún teniendo la sensación de estar sobrevolando mi propia existencia en estos meses, hay una cuerda que me mantiene con los pies fijos en el suelo. Muy a pesar de mis pesares.

Y tengo la sensación de un abismo. La sensación de la distancia real que hay en kilómetros de aquí a Cáceres. Lo que me va a costar volver, no se puede medir. Adaptada al ritmo, a las nuevas rutinas. Al sol y al calor. A los árboles llenos de jacarandas tiñendo de lila el paisaje. Y al mate. Me queda lejos cuando alguien menciona estar de guardia. Cuando veo en las fotos que la gente ya va con abrigo. Del cambio de hora.

Aquí los días cada vez son más largos, caminando pasito a paso hacia el verano. Y pensar en las noches de las cinco de la tarde en España me hace sentir un vacío en el estómago. La lluvia y el frio. Se acabó llevar los pies al aire.

Este año me salto el otoño y llegaré de cabeza al invierno. Al diciembre de finales y principios.

Las diferencias, inevitables, de este nuevo escenario y personajes de estos meses me han hecho rebuscar en mi esencia, repararle las heridas y reencontrarme en cierta forma.

"Lo esencial es invisible a los ojos", dice El Principito y aquí estoy teniendo tiempo de precisamente eso, de buscar lo esencial a través de los ojos y las vidas de otros.  Mezclarlo con lo mio y agitar fuerte. A pesar de su invisibilidad, el tiempo lento del que hablaba en el otro post, deja el hueco para justo alcanzar a verlo. Mirando y saboreando. Compartiendo y formando parte.

De los viajes en colectivo. De las mañanas en Ciudad de los Niños. De las mujeres y niños. De que sus caras ya me son familiares. Y sus nombres también. De que los saludos son con algo menos de desconfianza. De las chicas del dispensario. De cada una de ellas y sus formas de ser y sus vidas. De los criollos.  De los talleres y los afiches para los talleres. De Dani, estudiante de nutrición (y artista), y de los ratos que compartimos en el dispensario y fuera de él. De los momentos de ocio. De los lugares lindos a los que me llevan Mauri, Hernán y Mónica. De las meriendas que nos pegamos. De los buenos momentos. De los paisajes insólitos y que te dejan sin habla. De sentirme pequeña en la inmensidad.

Todo eso me mantiene lejos de donde venía. Mentalmente desconectada. Y me permite recuperar las ganas. Hiperestimulada e hiperactiva. Percepción al cien por cien. Me permite interesarme por cosas que, en el día a día normal, no tengo tiempo ni de saber que existen.

Y estoy dejando mi vena artística fluir. No solo escribiendo. Planificando manualidades. En los talleres organizados por nosotros para la creación de juguetes por parte de las madres que favorezcan el desarrollo de los niños. Aprendiendo a usar la gomaespuma y la goma-eva tan bien como sabe la Fer, otra artista a parte de ser la odontóloga del equipo. A mí eso también me enriquece. Aunque a alguien no le pueda parecer.

Este tiempo aquí no es solo medicina. Es mucho más. Y no reniego de mi rutina previa y la que seguirá siendo a mi vuelta. En absoluto. Amplio horizontes. Aumenta el peso de mi mochila de la experiencia. Y me abre los ojos un poquito más.  Y me cambia la perspectiva. Consiguiendo una panorámica de 360º.

Desconexión que me hincha los pulmones y me los oxigena para poder bucear. Durante un tiempo largo y sin miedo al oscuro de la profundidad.