viernes, 29 de octubre de 2010

Historia

Ayer Argentina hacía historia. Se celebraba el censo después de 10 años. Un censo especial porque se incluía dentro de los actos del Bicentenario. Sin embargo, se convirtió en un día bizarro. Calles vacías con la gente en las casas encerrada y a la espera. Con los timbres resonando durante doce horas hasta completar cada piso de cada manzana del último rincón de todo el país. Si uno miraba por la ventana, como mucho, veía colas de gente frente a establecimientos "cerrados" pero que a través de las rejas sacaban provecho de las olvidos de última hora de la población pendiente de dar fe de sus datos. De si eran hombres o mujeres. De si estudiaban o trabajaban. De si el piso (el suelo) de sus hogares era de loza o no. De si el tejado del apartamento era de chapa. De si disponían de váter.

Un país en toque de queda. Y el toque de queda pareció más real al conocerse la noticia. La mano derecha de la presidenta, su compañero sentimental y político, el ex-presidente que supuso cambios (buenos y malos según a quién se pregunte), la mitad de "La Pareja Presidencial" según los argentinos, esa pareja que es dueña del sur (de todo el sur) de Argentina, había fallecido de forma inesperada.

El país parado se quedó aún más detenido. Argentina se quedaba coja aparentemente. Y la población, sobrecogida. En la calle la sensación de una calma tensa. Aún habiendo pasado el tiempo del censo, aún siendo las 20h, momento en el que muchos comercios anunciaban en sus escaparates que abrirían a partir de esa hora, todo siguió cerrado y las calles se mantuvieron vacías.

Dimos un paseo. La gente hablaba bajo. Había menos movimiento y las calles estaban, muchas, sin luz. Los comercios apagados y los coches eran menos. Y los que había, a penas se sentían. Uno de los grandes centros comerciales del centro de Córdoba, estaba cerrado a cal y canto. Y era una situación más que excepcional. Aquí no cierran ni los domingos. En una plaza, un centenar de personas agrupadas con pancartas y banderas permanecían calladas. El albiceleste ondeaba a media asta. Y así lo haría al menos durante los próximos tres días.

Llamé a Mónica. "Ché, es un momento histórico..." Aunque nadie preveía que el momento histórico fuera a ser así al amanecer el día de ayer. Con el censo hubiera sido suficiente. Sin embargo ayer empezó un nuevo capítulo para los libros de la historia de aquí. La bolsa se ha visto afectada. Y se respira inestabilidad. No inmediata pero sí próxima. Da la impresión de que ella sin él no es suficiente. O que al menos, tendrá que esforzarse por demostrar que eso no es así.

Esta mañana, al volver del dispensario y siendo consciente de lo que se sentía ayer y de lo que se hablaba hoy, compré el periódico. Son 79 páginas en las que, salvo el horóscopo y el pronóstico del tiempo, sólo se habla de la muerte de Kirchner.

Una de las primeras, un dibujo de un atlas de anatomía describiendo no solo el motivo de la muerte sino una por una todas las dolencias recientes del fallecido.
Una de las últimas, en el apartado de "Fúnebres", una hoja completa de esquelas con el nombre de KIRCHNER, NESTOR CARLOS. Nadie más que él murió ayer en el país por lo visto. Quizá nadie más que sus amigos y simpatizantes tuvieron plata para pagar lo que costaba publicarlo.

Se pronostican cambios. Cambios históricos. Para bien o para mal. Pero las cosas van a cambiar en Argentina.

A pie de calle, los que tienen problemas no resueltos lo ven con distancia. Problemas no resueltos de carácter multifactorial (no pueden/no quieren hacer por cambiar). Les pilla de muy lejos los problemas de Estado. "Y porque este señor se murió encima vamos a tener que estar sin comer carne. Y que lo entierren como al resto y punto." decía una paciente hoy en el dispensario.

Me hacía ilusión formar parte, aunque sólo fuera por el hecho de estar aquí, de un momento histórico de Argentina. De la situación extraña de parar  de golpe un país entero. Y un país tan extenso como éste.

 Y tan impensablemente como para el resto del mundo que desde ayer enfoca a este rincón del hemisferio sur, he vivido de cerca algo mucho más trascendente que la parada de un país. Esto ha sido una parada en seco. Un frenazo.

Aunque, en el fondo, los cambios no irán más allá de la parafernalia y las celebraciones. Unos con champán. Otros con coronas de flores y banderas con soles. Pero como piensan en Ciudad de los Niños, todo seguirá igual.

jueves, 21 de octubre de 2010

Catorce

Pared. Espejo. Pared. Puerta. Que no se abre. Donde debería poner el piso en el que estamos, hay dos rayas. "¡¿Dos rayas?! ¡¿Cómo que dos rayas?!" grita una de nosotras entre la risa nerviosa y la desesperación inminente. Golpes en la puerta. Fuertes. Y una campana amarilla que se pierde en la lejanía por más que apretamos el botón. En la altura se debe perder. ¡¡Ayuda!!

Hace calor. Como en las películas. Y nos empezamos a quitar cosas. A penas queda un hueco entre las tres. El hueco de la de la cuarta persona máxima que puede subir en ese ascensor. Menos mal que no había cuarta.

Se me vienenen a la cabeza ideas que, como si fueran una mosca, espanto con la mano. No quiero pensar. No quiero ser demasiado consciente de que estamos en menos de un metro cuadrado colgando del vacío en una altura de 14 pisos. Mejor no pensar ¿Y si de pronto se suelta la cuerda que nos sotiene en el vacío....? ¡Fuera mosca!

Damos golpes en la puerta. Muchos. Minutos antes, el ascensor bajó desde el catorce al cero pero, al llegar al cero aparecieron las rayas y volvió a empezar a subir. Subió un rato, el rato que se tarda en subir 14 pisos. Demasiado altas para no perder la calma. 

Y me acuerdo del parapente. Y de lo bien que tengo escondidas mis cosas de valor en el apartamento. Y lo bien que llevo la mochila para delante cuando hay mucha gente. Y lo poco que saco la cámara grande en sitios sospechosos. Y lo mucho que sabía yo que había incertidumbres por llegar. Otra primera vez. Otra escena de película.

Con esto no contaba yo. Con quedarnos encerradas en un ascensor en mitad de la noche. Consumiendo oxígeno con nuestra taquipnea inevitable. Y cada una en su interior, tratando de no soltar un grito histérico.

 Y miro el reloj, 23:49. Hay que tener una hora de referencia, el tiempo aquí se va a hacer más largo de la cuenta. Porque tiene pinta de eso, de ir para largo.

"¿Tienes cobertura?" Movistar no tenía cobertura. Miré mi móvil prestado, el que  me olvidé de cambiar de compañía justo esa tarde porque consumía demasiado saldo. Tenía cobertura. Había que llamar a los bomberos.

Seguíamos haciendo sonar la campana. Seguíamos dando golpes. Y nadie aparecía. Justo cuando decidimos llamar a los bomberos escuchamos una voz. Golpeamos más fuerte y gritamos un clásico "¡¡Estamos aquí!!" 

Con un acento argentino más cerrado (no más que la puerta) de lo que estabamos acostumbradas a escuchar, el conserje nos dice que estemos tranquilas, que ya nos ha oido.

Se escucha ruido en la parte alta del ascensor. Ruido metálico, estaba girando algo para desbloquear la puerta. "Voy a ver si desde el piso de abajo..." y la voz del hombre se pierde fuera. Estamos entre dos pisos. Otra imagen desagradable en mi cabeza. La de trepar por el hueco que quede para salir con la angustia de que sea entonces cuando se descuelgue...¡mosca fuera!

El ruido ahora se escucha por la parte baja y el hombre farfulla algo de que no puede abrir, que va a llamar a la empresa. "Dígale que se den prisa, ¡por favor!" dice que les dirá que es una urgencia porque hay gente dentro. Hay que llamar a los bomberos. No confiamos demasiado en nuestro rescatador inicial. El aire cada vez es más caliente y la tranquilidad con la que se hacen aquí las cosas y el tiempo lento de los trámites no nos vale en este momento.

Marco el 101 y espero:
- Policía de Córdoba, digame?-
- Mire, estamos encerradas en un ascensor en la Avenida Poeta Lugones, en el 230.-
- Entiendo, ¿cuántas personas son?-
- Tres-
- ¿Y cuánto tiempo llevan allá?-
- Algo más de 10 minutos, hemos llamado al portero pero no nos puede sacar porque estamos entre dos plantas....estamos en la planta 14...- demostrándole mi miedo, ese que se repetía una y otra vez en mi cabeza de que el ascensor se fuera a desplomar. Las chicas asentían rápido. Teníamos tantas ganas de salir de allí.
- ¿Cuál es su nombre?-
- Sara Trabajos-
- Mire, estense tranquilas, ya vamos a mandar una cuadrilla para allá para que intenten sacarlas-
- Muchas gracias-

Volví a fijame en el reloj, para tener una nueva hora de referencia por si se nos hacía muy larga la espera o si objetivamente era larga la espera y teníamos que volver a llamar. Quizá debía haberle dicho que llevábamos más tiempo para que se dieran más prisa.

De nuevo como en las películas, se empezó a oír una música. Era un silbido. Un silbido tranquilo que se intercalaba entre unos golpes metálicos. ¡¡¡Oigaaaaa!!! Un nuevo ¡¡Estamos aquííí!! El hombre seguía silbando sin ponerse nervioso. Y de pronto, un sonido más fuerte en la puerta. Y de pronto, la puerta estaba abierta. Y fuera un hombre regordito, con las manos negras, tatuadas de trabajar, nos esperaba silbando con una sonrisa.

¡¡¡Gracias!!! Había un desnivel importante entre el suelo del piso y el suelo del ascensor. Había que trepar un poco. Pasaron las dos chicas y yo me quedé la tercera. Tenía tantas ganas de pasar el trámite de subir el escalón. Quería hacerlo tan rápido que en el camino, se me cayó la chaqueta. "Sara, ahora no". Me fui a agachar para cogerla pero el hombre no me dejó. Se metió él dentro y me la dio. Desde dentro, el hombre nos preguntaba qué era lo que había pasado exactamente. 

Agradecidas, llamamos al ascensor de al lado para superar nuestro miedo pero con la tranquilidad de que nuestro  verdadero rescatador estaba allí por si nos ocurría de nuevo.

Hacía frio ayer por la noche en Córdoba y al salir del portal resoplamos el vaho, quitándonos la angustia y liberando la adrenalina que también se había quedado contenida en aquel espacio tan pequeño. Para no perder la calma. Para no sentir la claustrofobia.

lunes, 18 de octubre de 2010

Tiempo


Ha sido una semana apática. Apática por lo mucho que hay que hacer pero la falta de arranque que a veces se respira en el ambiente. El tiempo pasa lento aquí. Para bien y para mal. Para bien porque hay tiempo para pensar en las cosas. Para filosofar y escribir. Para dejar fluir mi vena artística y buscar materiales para hacer carteras y juguetes. Para crear. Para dejar en el paladar que el dulce de leche se deshaga una por una en cada papila gustativa y que la brisa se pose en la cara durante más tiempo que lo que dura un soplo.

Pero a veces tengo la impresión de que el tiempo vuelve y se revuelve, no dejando avanzar las cosas. No queriendo dejarlas avanzar. Es decir, para mal. No hay drama...quizá sí debería haberlo.

Hay muchas tareas pendientes. Pero han pasado los días y se han quedado estancadas en la intención. Esperemos que alguna empiece a ver la luz ésta semana. Me he acostumbrado a no perder la calma con esta bradicardia cultural pero hay días que mi ansia por aprovechar el tiempo se desboca y me dan ganas de gritar.

Y el tiempo es otro en éste lado del mundo. En el escenario y en sus personajes. 

En los coches, en las calles. Las cosas duran más que lo que duran en España. Modelos anclados en el pasado, deseo de coleccionista. Arrancan y circulan por el colapso de calles con aspecto atemporal. Los coches duran. Duran mucho. Con los parachoques colgando y las matrículas desgastadas. Seiscientos pintados de colores chillones cargados de gente. Como en "Cuéntame". No hay cinturones de seguridad para todos. Los tubos de escape con el nafta (así llaman aquí al combustible) consumido tiñen de negro su trayectoria. Los autos también son la manifestación de los contrastes y los nuevos y caros (que haberlos haylos) destacan más que en cualquier sitio. Como si vinieran del futuro.

En la gente, las cosas también duran más. Con los precios que tiene la ropa, no queda otra que hacer porque duren. Y poner parches. Aquí no se entiende de modas. Los adolescentes y quien tiene dinero sí. Una vez más, no son la mayoría.


Estábamos en una parada, con frío y con lluvia, pendientes de subir al autobús de vuelta de nuestra excursión a Jesús María hasta donde habíamos llegado en busca de las Estancias Jesuíticas renombradas en nuestras guías pero poco conocidas por los de aquí. Éramos muchos esperando. Había militares que volvían a casa por el fin de semana. Estudiantes de regreso a Córdoba. Y madres con niños. 

Desde que llegué, he intensificado mi capacidad para sentir y captar lo que me rodea a través de cada uno de mis sentidos. Ellas cinco me hicieron detenerme a mirar. A remover el dulce de leche en la boca y a desgranar lo que tenían de diferente. Eran cinco, cinco mujeres. La madre llevaba una niña en brazos de unos dos añitos y otras tres niñas, la rodeaban.

Siempre me han llamado la atención los zapatos. Suele ser el lugar por el que empiezo a buscar la esencia de conocidos y desconocidos.

Las tres niñas llevaban los mismos zapatos. De distintos números por su diferencia de edad pero el mismo modelo. La más mayor tendría unos siete años. Su madre necesitó ir a preguntar algo y le pasó a la niña pequeña a sus brazos para que se hiciera cargo. En ese momento, la niña creció de golpe y aparentó ser adulta. Aunque los pies de la pequeña casi rozaban el suelo. Con la chiquitina en brazos parecía una mujercita. Entendía su responsabilidad. Era la mayor y estaba al cargo de sus otras tres hermanas. 

Mi mirada se centró en ella. Por encima de sus zapatos, llevaba los calcetines estirados en toda su largura hasta agarrar el puño del pantalón. Un pantalón más corto de lo que le correspondería. De lo que correspondería para su edad y talla actual. Esos pantalones eran de los que "tienen que durar". De los atemporales irremediablemente. Eran de color rosa y se veían desgastados. Los de las otras niñas también eran rosas. Algo más claritos y menos sobados. Y tampoco correspondían ni a su talla ni a su edad. En el caso de las niñas pequeñas la tela se amontonaba encima de las zapatillas y amenazaba con arrastrar por el suelo. También tenían que durar. Estaban abrigadas, iban bien vestidas. Pero con lo mismo por un tiempo. Sin necesidades creadas. 

Llegó su autobús y al mismo tiempo su madre, les traía un alfajor a cada una y las tres con la cuarta en brazos de la mayor, la abrazaron en bloque. Ordenaditas, cogieron cada una el suyo y fueron subiendo al autobús.

Me vuelvo y me revuelvo, como el tiempo. Como la primavera que florece poco a poco en Córdoba. Con fríos y calores de un día para otro. Ojalá esta semana haga sol y un poquito de calor. Y arranquemos de verdad, como las flores y contra el tiempo.

sábado, 9 de octubre de 2010

Mate

Me quemé la lengua con mi primer mate. Con el paso de los días, la huella que la bombilla había dejado en mi lengua se fue quitando y me acostumbré a su sabor y su temperatura. Justo antes de que rompa a hervir el agua. Dulce, no amargo. Aún no.

Sin embargo, pasan los días y no cicatriza la huella de mi primer contacto con Ciudad de los Niños. Pobreza y miseria. Mucha miseria. Algo que vemos en la televisión de cuando en cuando, que uno sabe que existe pero no lo siente. Ni lo huele ni lo toca. Tanta que se te encoge el alma. Pobreza y miseria que no son cosa de aquí, que la hay en todas partes. Y si uno compara, estos al menos tienen un techo donde dormir.

Milagros tiene 42 años, esta embarazada por séptima vez. Séptima vez. El último chico que tuvo murió a los 4 días de nacer. Está preocupada por el que viene. El mayor, 22. El más chico, 7. A primera hora de la mañana fuimos a buscarla a su casa. Aquí no hay llamadas a los pacientes ni los pacientes llaman. Se va a su casa y se les invita a venir. El  barrio está lleno de perros y da un poco de miedo callejear entre manzanas y lotes (que es como llaman a las pequeñas casitas construídas) en busca de cualquiera. Sin embargo, Pao (de Paola), la trabajadora social, aún generando demasiado contraste con ese escenario de perros sueltos y pollos famélicos con su pelo rubio y su cara dulce, se mueve con tranquilidad. La gente la va saludando. Hay muchos que le están agradecidos. Otros no tanto.

Vamos por la calle con la bata, para que no haya confusiones. Aún así, los silbidos y los piropos, no muy lindos (que dicen aquí)  nos acompañan. Hay demasiados desocupados dentro del barrio. Chicos jóvenes. Las chicas tienen la ocupación de cargar con el bombo, es raro ver a una chica joven y que no esté embarazada o que no la sigan un par de niños y lleve otro en el brazo, colgado de la teta. La lactancia materna, aunque se promociona (haremos un taller informativo la próxima semana), sale sola. Es la opción barata.

La casa de Milagros es de las que no se ven muy cuidadas y la manada de niños merodean a su alrededor. Y digo merodean porque se les ve perdidos sentados donde pueden y con la mirada inatenta. Sin jugar. Sin ser niños. Como dejando el tiempo correr. Le explicamos a Milagros la necesidad de verla en el dispensario para charlar. Sonríe. Poniendo en evidencia el mal estado de sus dientes. Y acepta sin problema.

De vuelta al centro, me fijo en que es llamativa la diferencia, a parte del todo, dentro del propio barrio, el aspecto de las casas.
Hace 5 años se inauguró el barrio. Esta gente vivía en chabolas en otro lugar cercano pero sufrían inundaciones cada vez que llovía. Se construyó Ciudad de los Niños y se le ofreció a cada familia una casita de una sola planta con dos habitaciones de 3x3, una cocina y un baño junto con un terrenito circundando la casa. Todos partieron de lo mismo pero, cinco años después, no todos tienen lo mismo. Hay casas muy bonitas, con su césped y su jardín, su verja de entrada, lleno de color y muy bien cuidadas. No son la mayoría. La mayoría tiene el terreno seco y las paredes sucias. Con montones de chatarra y perros. Perros, sus chinches y sus parásitos.

Puntual, Milagros nos busca. Le vamos a dar una charla de anticoncepción para plantearle la posibilidad de hacerse la ligadura de trompas el día del parto. Aquí no andan perdiendo el tiempo. Según nace el niño, la operan y al día siguiente a su casa. Nada de 3 ni cinco días. No hay plata. El puerperio inmediato lo lleva el médico del dispensario y la propia puérpera.
Sacamos el material y le explicamos. Paso por paso. Se ofrecen cuatro opciones financiadas por el gobierno: Inyección de medroxiprogesterona, pastillas, preservativo y ligadura de trompas. Para lo último, tiene que tener tres informes: el de la trabajadora social, el del médico y el de la psicóloga. Milagros atiende sonriente. Lo tiene claro. Ella dice que lo ha visto en la televisión y que ha hecho porque sus chicos se informen.

Es analfabeta, seis de los ocho en su casa lo son. Sus chicos mayores no estudiaron, sólo lo han hecho los dos más pequeños. Su marido y ella no están casados. Soy concubina, dice con una sonrisa medio de vergüenza, medio orgullosa de aún sin estar casada serle fiel a su compañero. Él es el que aporta dinero a la casa. Mensualmente gana 150 pesos (30 euros) que alcanzan hasta 200 con los 50 de ayuda que le da el gobierno. Con eso viven ocho personas. Más el bebito que vendrá.
Entiende que no puede tener más hijos. No quiere tener más hijos. Con éste último tiene bastante miedo. Sin dudarlo, decide hacerse la ligadura. Papeles rellenos. Tarea hecha.

Tomamos mate. Casi continuamente. Y entro con Mónica a echarle un cable con los niños, es martes y les toca a ellos. Esos niños aún son niños. Ninguno pasa del año. Sus madres no pasan de los 16. De hecho, si alguna tiene 18 ya se hace raro. Como si fuera mayor.

Las patologías son las mismas. El abordaje distinto. Por conceptos y por medios. Lo uno lleva a lo otro y lo otro lleva a lo uno. Todos tienen mocos y se ríen si juegas con ellos. Son niños. No saben. Aún no han visto lo que les espera fuera.

Hoy me cuesta acabar la entrada. Demasiadas cosas nuevas. Demasiadas diferencias. Y es el mate la banda sonora. La compañía constante. La que le pone sabor a lo que se ve y se toca. Amargo. Dulce. Mate para todo.

sábado, 2 de octubre de 2010

Números

Demasiados. Y todos muy buenos. Se me van acumulando y me cuesta organizarlos. Hoy ha salido el sol aunque Córdoba me recibió con frio y lluvia ¡Hasta el abrigo de supernieve que me traje para el Perito Moreno se me quedó corto! La calefacción: encendida.

22 horas de vuelo. Ameno y más corto de lo que pensaba por la compañia, argentino y argentina de edades y situaciones vitales distintas pero acogedores con "la españolita". LLamada a las 6 horas de vuelo: "Se ruega que si alguno de las personas que se encuentra en el pasaje es médico, se comunique con nuestra tripulación". ¡Mira que me lo temía! Allá que fuí. Con mi cafinitrina en el bolsillo. Sí, soy una friki. Aparecí yo  y  6 más. Argentinos todos. 1 hospital a bordo: psiquiatra, pediatra, oftalmóloga...y la "médico de familiar". Nada grave. De hecho, nada para llamar. Pero el señor era un señor mayor-padezco de todo y tomo de todo-sentado en su asiento 33 (muy propio, muy médico) que estaba preocupado porque al subir la maleta al compartimento superior (haciéndose el galante con su esposa) se había hecho daño y tenia el dedo negro. Qué poca emoción. Aunque me temblaron las piernas al oir el reclamo y me alegré de que la emoción fuera poca a 11.000 metros de altura y a más de 3 horas de tierra. Eramos muchos pero me tocó a mí ir. Explicación para quitarle hierro al asunto y, al ir a marcharme, apareció el que faltaba ¡el traumatólogo! Ya estábamos todos. Decidió montar el show en mitad de nuestro jumbo y sus 300 pasajeros. Le pinchó el dedo. Con lo que pilló, no había material. Ni necesidad. Cuestión de criterio.  El mio fue que no corria prisa, que podia esperar (¡no iba a hacer un Sd.Compartimental!).

Continuó el vuelo y continuó aumentando su retraso desde la salida. No llegaba a mi enlace con Córdoba de las 18h. Llegaría a las 11 de la noche a Córdoba. 24 h desde que salí de casa de Olga en Madrid. Aterrizamos, la gente aplaudió. Aliviada y emocionada. El jumbo, esa mole, imponía. Y de hecho, mis temidas turbulencias a la altura de Brasil, fueron un discreto balanceo.

Una cola inmensa en inmigración. Empezó mi buena suerte. En todo el colapso, ya eran las 17h, había tirado la toalla. No llegaba al de las 18. Mi compañero argentino de vuelo, artesano de los mercados medievales, le echó cara por mí y llamó: "Señorita, disculpá, hay una chica acá que tiene el siguiente vuelo a las 18h, ¿no la podrían dejar pasar antes? no va a llegar". Le di las gracias, las primeras, por preguntar por mí. Pero le estuve más agradecida aún cuando, de pronto, cogería el vuelo que tenía planificado, llegaría a las 19h a Córdoba y no me tendría que enfrentar al trámite del taxi y mi miedo a que me engañaran por extranjera. Aerolineas se hacía cargo del retraso y había puesto un microbús para llevarnos a los afectados hasta el otro aeropuerto donde el avión a Córdoba nos esperaría. Ansiedad fuera. Una I (de incertidumbre) menos.

Atravesamos Buenos Aires y su caos. Edificios que rozaban el cielo. La Casa Rosada. Banderas albicelestes. Todos los coches con sus cristales tintados. Flores y limpiacristales en los semáforos. Gente, mucha gente. Colectivos decorados con ganchillo y espejos.

Ya en Aeroparque, caos de nuevo ¿donde tenía que ir? aproveché mi capacidad fisonomista para buscar algún referente del vuelo desde España. Una familia se apiadó de mí. 18:45: última llamada para los pasajeros del vuelo con destino a Córdoba. Otra escena de película. Sara corre que corre por el aeropuerto en busca de la puerta de enlace. Llegué.

Antes de que el vuelo saliera, hablé con Mónica. Primera pata lingüística y ya casi esperada por los de aquí: "Ya he cogido el vuelo". Coger no se dice, Sara :)

En ese momento, ya era de noche y empecé a notar el cansancio. Las preocupaciones pendientes eran menos. Mi alerta fue bajando. Dejando paso al agotamiento. 21h, 4 de la madrugada hora española.

Mónica y su amigo Hernán, también médico, me esperaban con una sonrisa, las llaves de mi apartamento y un kit de supervivencia para al menos desayunar la mañana siguiente. 0% preocupación. Ya he llegado y he llegado bien. Para que durmieran tranquilos en España.

Atravesamos Córdoba y tuve mi 2º contacto con el caos del tráfico. Coches por todas partes y leyes poco escritas. La ley de la jungla. Mejor no haberme traído el carnet. Una inmensidad de calles. Que cambian de nombre en mitad de la recta. Mis ojos no daban a basto para mirar todo lo que quería retener en mi cabeza. Una cabeza que cada vez pesaba más. ¡Qué lejos estaba de casa! Ya hacía 1 día que había empezado mi viaje.

Cenamos algo por ahí, cerca del apartamento y ya, me rendí. El recibimiento fue perfecto: tenía donde dormir, pesos argentinos prestados hasta que pudiera sacar, un móvil para comunicarmte, algo para desayunar. No podía pedir más. Más que una ducha caliente y una buena cama.

Así fue, así comenzó mi viaje. Estoy contenta. Donde quería estar. Y esto no ha hecho más que empezar. Con muchos números que parecía que no cuadraban pero al final, salieron bien las cuentas.

Hoy toca excursión a Carlos Paz, cerca de Córdoba. Está bien haber llegado en fin de semana. Está bien encontrarse con gente tan maja.