lunes, 18 de octubre de 2010

Tiempo


Ha sido una semana apática. Apática por lo mucho que hay que hacer pero la falta de arranque que a veces se respira en el ambiente. El tiempo pasa lento aquí. Para bien y para mal. Para bien porque hay tiempo para pensar en las cosas. Para filosofar y escribir. Para dejar fluir mi vena artística y buscar materiales para hacer carteras y juguetes. Para crear. Para dejar en el paladar que el dulce de leche se deshaga una por una en cada papila gustativa y que la brisa se pose en la cara durante más tiempo que lo que dura un soplo.

Pero a veces tengo la impresión de que el tiempo vuelve y se revuelve, no dejando avanzar las cosas. No queriendo dejarlas avanzar. Es decir, para mal. No hay drama...quizá sí debería haberlo.

Hay muchas tareas pendientes. Pero han pasado los días y se han quedado estancadas en la intención. Esperemos que alguna empiece a ver la luz ésta semana. Me he acostumbrado a no perder la calma con esta bradicardia cultural pero hay días que mi ansia por aprovechar el tiempo se desboca y me dan ganas de gritar.

Y el tiempo es otro en éste lado del mundo. En el escenario y en sus personajes. 

En los coches, en las calles. Las cosas duran más que lo que duran en España. Modelos anclados en el pasado, deseo de coleccionista. Arrancan y circulan por el colapso de calles con aspecto atemporal. Los coches duran. Duran mucho. Con los parachoques colgando y las matrículas desgastadas. Seiscientos pintados de colores chillones cargados de gente. Como en "Cuéntame". No hay cinturones de seguridad para todos. Los tubos de escape con el nafta (así llaman aquí al combustible) consumido tiñen de negro su trayectoria. Los autos también son la manifestación de los contrastes y los nuevos y caros (que haberlos haylos) destacan más que en cualquier sitio. Como si vinieran del futuro.

En la gente, las cosas también duran más. Con los precios que tiene la ropa, no queda otra que hacer porque duren. Y poner parches. Aquí no se entiende de modas. Los adolescentes y quien tiene dinero sí. Una vez más, no son la mayoría.


Estábamos en una parada, con frío y con lluvia, pendientes de subir al autobús de vuelta de nuestra excursión a Jesús María hasta donde habíamos llegado en busca de las Estancias Jesuíticas renombradas en nuestras guías pero poco conocidas por los de aquí. Éramos muchos esperando. Había militares que volvían a casa por el fin de semana. Estudiantes de regreso a Córdoba. Y madres con niños. 

Desde que llegué, he intensificado mi capacidad para sentir y captar lo que me rodea a través de cada uno de mis sentidos. Ellas cinco me hicieron detenerme a mirar. A remover el dulce de leche en la boca y a desgranar lo que tenían de diferente. Eran cinco, cinco mujeres. La madre llevaba una niña en brazos de unos dos añitos y otras tres niñas, la rodeaban.

Siempre me han llamado la atención los zapatos. Suele ser el lugar por el que empiezo a buscar la esencia de conocidos y desconocidos.

Las tres niñas llevaban los mismos zapatos. De distintos números por su diferencia de edad pero el mismo modelo. La más mayor tendría unos siete años. Su madre necesitó ir a preguntar algo y le pasó a la niña pequeña a sus brazos para que se hiciera cargo. En ese momento, la niña creció de golpe y aparentó ser adulta. Aunque los pies de la pequeña casi rozaban el suelo. Con la chiquitina en brazos parecía una mujercita. Entendía su responsabilidad. Era la mayor y estaba al cargo de sus otras tres hermanas. 

Mi mirada se centró en ella. Por encima de sus zapatos, llevaba los calcetines estirados en toda su largura hasta agarrar el puño del pantalón. Un pantalón más corto de lo que le correspondería. De lo que correspondería para su edad y talla actual. Esos pantalones eran de los que "tienen que durar". De los atemporales irremediablemente. Eran de color rosa y se veían desgastados. Los de las otras niñas también eran rosas. Algo más claritos y menos sobados. Y tampoco correspondían ni a su talla ni a su edad. En el caso de las niñas pequeñas la tela se amontonaba encima de las zapatillas y amenazaba con arrastrar por el suelo. También tenían que durar. Estaban abrigadas, iban bien vestidas. Pero con lo mismo por un tiempo. Sin necesidades creadas. 

Llegó su autobús y al mismo tiempo su madre, les traía un alfajor a cada una y las tres con la cuarta en brazos de la mayor, la abrazaron en bloque. Ordenaditas, cogieron cada una el suyo y fueron subiendo al autobús.

Me vuelvo y me revuelvo, como el tiempo. Como la primavera que florece poco a poco en Córdoba. Con fríos y calores de un día para otro. Ojalá esta semana haga sol y un poquito de calor. Y arranquemos de verdad, como las flores y contra el tiempo.

6 comentarios:

  1. Empiezo a seguirte ahora después de que un pajarito me comentara cómo seguirte. Sin duda, como tu ya sabias, una aventura con moraleja. Aprende, y sigue asi. Esperamos comentarios en primera persona a tu llegada.
    AFZ

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  2. Experiencia inolvidable la que estás viviendo, estoy seguro que estas vicencias te van aportar mucho como profesional en AP.
    San Antonio está orgulloso de tu valentía.
    Te esperamos con impaciencia.
    Un fuerte abrazo, y te animo a que nos sigas relatando, y con ese aire literario, tus experiencias profesionales y personales en este lugar tan alejado de nuestra realidad.
    Evelio.

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  3. "Desde que llegué, he intensificado mi capacidad para sentir y captar lo que me rodea a través de cada uno de mis sentidos." El completar tu apellido de MFYC esta repercutiendo en tu primer apellido de especialista, creo que el buen médico de familia es capaz de darse cuenta en segundos de cosas como las que has comentado, partiendo de su ropa, de su situacion psicosocial, detectar posibles causas y consecuencias en el ámbito biológico y viceversa.

    No te preocupes por el tiempo, lo que no se crece en longitud, se crece en profundidad.

    PD: ME ENCANTA LEERTEEEEEEEEEEEEEEEEE xD
    PD2: Recuerdos a Fefa

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  4. ¡Muchas Gracias a los tres por vuestros comentarios! Id calentando el café, que yo llevo el mate y los alfajores para contaros a la vuelta!

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  5. Veo que el ritmo del tiempo no sólo fue una obsesión mía de cuando estuve por allá. A mi me atacaba de los nervios el r i t m o d e l a v i d a e n l a a r g e n t i n a , c h e e e e . . .
    Hasta de eso se puede aprender. Ya viste cómo el tiempo en un ascensor fluye diferente, y de cómo se respira en las calles de Córdoba. No tiene nada que ver. Es otro mundo. Un mundo que de pronto a veces descubro que añoro.
    Besos

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  6. Al segundo día entendí que no tenía que tener prisa. Y tampoco que hacer planes muy definitivos. Aquí todo es "más o menos". Si no es hoy, será...algún día. Y adaptarse consiste en salirse de la cuadrícula a la que uno está acostumbrado y dejarse empapar por este ritmo lento, como cuando uno se está cayendo, que todo alrededor parece más cargado de detalles...y disfrutarlo. Ya habrá tiempo de tener prisa y de, precisamente, no tener tiempo. Un abrazo, Enrique!

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